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    Desnudo Vallejiano

    Por Tomás Hidalgo Nava

    Ahora sé que fuiste tú, Vallejo,
    el que puso en mi ventana
    aquella hilera de tres, cuatro,
    cientos de piedras blancas,
    y que me acompañó
    en medio de la luz roja,
    hemorrágica, de ese cuartucho
    en la Rue de Cujas,
    como partero en el quirófano
    donde el feto deja el calor materno.

    Te vi entre reflejos y sombras,
    querido Vallejo,
    pero entonces no me di cuenta
    de que oteabas desde muy cerca,
    en medio de la cortina de incienso
    a la entrada de ese hotel,
    nadando tras los ojos oblicuos
    de un gato siamés,
    á gatas, pozas de vidrio.

    Y me jugaste la mala pasada,
    o más bien me obsequiaste
    un atisbo de poesía
    que se zambulló e incrustó
    sin remedio en mis pupilas:
    á ngel blanco y desnudo,
    enmarcado de tejas y humo,
    indiferencia entre palomas
    que abanican mi asombro,
    y tu risa disimulada
    entre versos
    que aún no logro descifrar.

    No sé si moriré en París
    y yaceré en Montparnasse;
    no lo creo,
    pues soy hombre
    más aferrado a los volcanes.
    Tampoco sé si moriré
    en Viernes Santo;
    pero de algo estoy seguro,
    de que, mi amigo Vallejo,
    tú fuiste el que en esa ventana
    quitó tres, cuatro,
    cientos de piedras negras,
    y en el estío parisino
    ante mí colocaste
    una enorme y desnuda
    rebanada de gloria,
    jícaras de carne y sangre
    que encendieron la sed
    de mis veintiún inviernos.

    Sí, fuiste tú,
    partero de reflejos y sombras,
    no me mientas,
    no disimules,
    ahora sé que fuiste tú,
    fuiste tú también ahora,
    ahora sé.