A César Vallejo

Se sigue escuchando el llanto y el ruido de las cadenas,

de un pueblo que se muere, desangrado por sus venas;

pues no lo tapa el bullicio que hace el rico y sus monedas.

Cegaron sus ojos negros con las vendas de las cuevas,

para ocultarles las tumbas del hambre, de la pobreza,

y sometieron al manso con dolor y con tristeza.

Le ataron las manos secas durante cada faena,

con gruesos hilos de cobre que le recuerdan su pena,

debilitando las fuerzas para golpear en la mesa.

Y tú como la cantuta, una flor entre las rocas,

saliste desde Los Andes para gritar con tu boca,

el reclamo de los justos, con el fulgor de tu prosa.

Trataron de enmudecerte con el hielo de las rejas

y sepultaron tu imagen aquellos hombres de letras.

Muerte vieron tus ojos desde el fondo de las cuencas.

Pero yo te imagino fuerte, soportando las vilezas,

andando cual soberano en la más digna pobreza,

rodeado de heraldos negros, cautivos de tus poemas.

Rubén Alberto Morresi

(3 de junio de 2009)